Aunque no podamos disfrutar del carnaval en nuestras calles, el carnaval se queda con nosotros; está en nuestros ritmos, en nuestra cotidianidad y en la forma de disfrutar la vida, porque es parte de nuestra identidad como pueblo.
El sabor del dominicano está en su sazón. En ese gustico que no se aprende en ningún libro de cocina, que viene de recetas que se escriben en cada dulcito compartido, en cada cena familiar y en cada cocinao’ entre amigos.
El dominicano tiene una diversidad de ritmos únicos y es que gracias a los timbales, a la güira, la tambora y el acordeón hemos bailado alrededor del mundo nuestras mejores canciones.
¿Quién no ha visto en alguna sala dominicana a estas hermosas muñequitas? Las muñecas sin rostro son parte de nuestra identidad nacional y orgullo de los artesanos en Moca, provincia Espaillat.
El folklore es el saber de nuestro pueblo, esa forma de expresarnos tan particular y las costumbres que nos caracterizan, por eso el dominicano se reconoce donde quiera que va.
El sancocho que cocinamos, el tono de voz mientras hablamos y la alegría con la que nos saludamos, nos identifica, estemos en Higüey, en Montecristi o en las calles de Nueva York.
La dominicanidad es eso que nos sale por los poros, que se delata en nuestros gestos, en nuestros pensamientos, en nuestra forma de disfrutar la vida y en nuestro amor por la patria, en fin, es eso que nos identifica culturalmente como pueblo.